En mil novecientos noventa hubo en Buenos Aires veintidos mil casamientos civiles. En dos mil diecisiete, esa estadística se derrumbó y cayó un cincuenta por ciento: diez y quinientos once. No obstante, en tiempos en que el matrimonio semeja caer en desuso, y hasta suena obsoleto, sorprende que una pequeña tribu urbana desee proseguir apostando al amor para toda la vida: son jóvenes sub-veinticinco.
Conforme el Ministerio de Gobierno Porteño, Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas, en dos mil diecisiete hubo en la ciudad de Buenos Aires doce y ciento treinta bodas en un salon de eventos, de las que doscientos sesenta (doscientos catorce por ciento ) fueron de jóvenes. Y en dos mil dieciocho se sostuvieron las cifras: doce y quinientos veintidos y doscientos setenta y tres en un salon de fiestas en belgrano. Un promedio de veintidos casamientos “infantiles” al mes, como los propios protagonistas se llaman.
«La idea de que el amor es homónimo de dicha medra entre los más jóvenes», concluye Mariano Cordeiro, Directivo del Registro Civil de Capital Federal, quien ha presenciado en torno a 100 casamientos «de pibitas y pibitos», acontecimiento que no deja de sorprenderlo y al que le imprime una precisa dosis de distracción para aflojar las contracturas. «Soy curioso, me agrada saber, y una de las consultas de rigor es por qué razón casarse y no convivir primero. Y me quedo en alerta en el momento en que me afirman que conviven desde los dieciseis o bien diecisiete, o bien que precisan renovar vínculos. Asimismo están los que les cuesta localizar el porqué, se miran, sonríen y nada”.
Teresa Ríos Becker tenía veinte años cuando se casó con Juan Marcos Paternó, quien ya había cumplido veintiuno. Estuvieron de novios a lo largo de toda la escuela secundaria y al séptimo año, exactamente el mismo de la comezón, planificaron irse a vivir juntos. «Cuando teníamos todo medio arreglado, me propone: ‘¿Y si nos casamos?’. No fue muy romántico, mas me sorprendió», acepta la joven estudiante de abogacía de veintidos.
Se ríen Tere y Juan cuando se los tilda como «bichos extraños». Ellos no tienen ningún inconveniente en aceptarlo. «Todo el planeta nos afirmaba ‘¡a los veinte!, ¿qué apuro hay?’. Y nos matábamos de risa, mas comprendíamos que era un paso lógico tras tanto tiempo de novios. No lo veíamos como un compromiso que nos tomaría de rehén por el mero hecho de que tuviésemos que firmar», cuenta Juan, apacible, sin miedo al sentirse esposado. «Casarse es tomar un peligro, es una apuesta, una forma de jugársela por el otro. Nos soñamos viejitos y me quisiese fallecer a su lado», se ilusiona Tere.
Las familias de Tere y Juan se mostraron siempre y en toda circunstancia muy próximas y unidas, jamás vacilaron del link de sus hijos, «al revés, se lo veían venir y lo promovieron. En verdad mi familia lo quiere más a él que a mí», ríe Tere, la quinta de ¡13 hermanos! y la única que se casó. «No deseo vender ningún mensaje. Yo fui educada por progenitores que creen en el matrimonio y proseguí ese camino, mas sin orden familiar ni religioso; sencillamente estando persuadida».
¿Qué decirles a quiénes vacilan, a quienes ven al matrimonio como un espectro? «Que no tengan temor de apostar por el amor y el compromiso. Que no se dejen llevar por los comentarios negativos y que cuando uno ama de veras… eso va alén de firmar cualquier papel. Sencillamente apostar por la persona que tenes al lado», coinciden Tere y Juan.
Experta en administración de empresas, Anabella prefiere no dar su apellido, mas cuenta que se casó a los veintitres, en dos mil dieciseis, feliz y persuadida, mas se apartó un año después. «Absolutamente nadie me quita esa increíble experiencia que es el casamiento, si bien me sentía contra la corriente, mas no me importaba. Y aunque el día de hoy estoy divorciada, sueño con enamorarme y volverme a desposar. Sin meditar en lo que pasó como un tormento, sino más bien confiando en aceptar un compromiso por el otro, que es la substancia del casamiento».
«Me siento un tanto bicho extraño mas no me importa. Sé que formo una parte de una minoría, mas me calma que mi mujer y hayamos estados tan persuadidos ante tal resolución», opina Exequiel Marinzulich, de diecinueve años, que se casó hace menos de un par de meses con Julieta Luparia, de diecisiete. «De todas y cada una formas, no siento que vaya contra lo normal… ¿Qué es lo normal? Yo escojo mi vida sin meditar en si estoy en una mayoría. Hay que respetarla», expresa.
Julieta es muy tímida, con lo que Exequiel es la voz vocalista. «Llevábamos un año de noviazgo y nos sentíamos el uno para el otro, precisábamos dar un paso más. A nivel personal sentía que había vivido la adolescencia a pleno, deseaba una vuelta de página», deja entrever su formalidad. «Soy muy quisquilloso y minucioso tras haber tenido una experiencia feísima. Entonces, tengo como regla estudiar un par de meses a mi compañera, y necesito un año para llamarlo noviazgo. De esta manera fue que me persuadí de que Juli es el amor de mi vida».
Recuerda Exequiel que al comienzo ninguno de los progenitores deseaba saber nada con un link formal, «sobre todo los progenitores de ella, quien dependía de la autorización. Muy desquiciado todo, por el hecho de que teníamos el turno reservado para casarnos, mas la desaprobación de los progenitores de Julieta, que se sentían forzados a firmar. Fueron días de mucha tensión, mas afortunadamente con final feliz», hace memoria el joven que se dedica a Informática.
Para Exequiel, el veinte de diciembre, fue «un jalón mas asimismo una jornada paralizante, plena de nervios, en la que no me salían las palabras, y las manos me tremían, no podía firmar. Yo que soy un pibe seco, corto de palabras, estaba muy conmovido, me brincaban las lágrimas».